Europa

El nudo gramsciano de Vox: la extrema derecha navegando su crisis interna

Establecer tipologías de ultraderecha es una tarea mucho más dura que útil para observar sus movimientos en la arena de la llamada guerra cultural, así que podría decirse que, más allá de los tipos de extrema derecha, existen dos propuestas estratégicas principales que guían a partidos como Alternativa para Alemania (AfD), a Fidesz de Hungría o a Vox en España: la tradicionalista, una escisión de la derecha conservadora que hace bandera del rechazo a los consensos sociales y aspira a la regresión, abanderada por el trumpismo o la «derecha alternativa»; y la lepenista o radical, basada en la discusión de estos consensos introduciendo nuevas lecturas y recomponiendo las sinergias políticas existentes, y que debe su nombre a Marine Le Pen, líder de Agrupación Nacional (RN) de Francia.

Los tradicionalistas defienden una agenda completamente conservadora la cual componen reactivamente a la propia agenda social y su ideario se basa en la regresión hacia valores nostálgicos y lugares comunes de la derecha rural y capitalista. Sin embargo los radicales o lepenistas proponen un enfoque euronativo más metropolitano que busca atraer a las clases medias y otros nuevos sectores, poniendo el centro de su narrativa en el racismo cultural y siendo más flexibles con otros debates, buscando incluso instrumentalizarlos para desviar el foco hacia el asunto central de su discurso.

Así, en vez de limitarse a reaccionar sistemáticamente desde la LGTBIfobia, el machismo o el clasismo como se hace desde el trumpismo, priorizan presentar al inmigrante como una amenaza para la mujer, el colectivo LGTBI o el trabajador buscando absorber parte de esas energías y combatir su estigmatización. Para ello apelan a una suerte de identidad paneuropea en la cual sostienen que las libertades asociadas a la diversidad son un valor tradicional intrínseco a la cultura europea occidental amenazado por culturas extranjeras.

Las dos almas de Vox

Cogiendo al partido español Vox como ejemplo, se puede ver que existen casos de ambas estrategias: mientras en Castilla y León, su vicepresidente y su equipo desprecian a los derechos de los trabajadores, en Cataluña, más por coyuntura que por acierto, han encontrado una gran base de voto identitario con el que Ignacio Garriga lidera el bloque de la derecha como el primer portavoz afrodescendiente de la historia del Parlament y seguramente el mejor ocultando sus raíces familiares en la burguesía catalana.

Macarena Olona representa a una sección muy urbanita asociada a nuevos movimientos como el antifeminismo y la judicatura familiar. Santiago Abascal procede de una escuela política muy tradicional de la derecha española pero también es pragmático y la imagen que busca proyectar es mucho menos anticuada que la que realmente ofrece, en un intento de emular las enseñanzas de Steve Bannon, quien fuera asesor de Donald Trump en 2016 y uno de los ideólogos de la alt-right.

Pese a que hay muchas otras familias de la derecha radical, todas ellas, e incluso sus subsecciones por separado, se pueden englobar en torno a estas dos propuestas prácticas. Los movimientos más extravagantes de Vox se pueden leer en esa tensión entre la ultraderecha “vieja” nostálgica del franquismo y la ultraderecha “nueva” buscadora de nuevos marcos políticos. Lo que en Vozpópuli refirieron como el ala más falangista y la más neoliberal.

En consonancia con esto hay un nivel de comunicación del partido visible que se mueve en plazas de toros, foros de empresarios y togas y otro nivel menos visible que bucea en sindicatos policiales, corrientes altermundistas juveniles, nuevas plataformas digitales de difusión y gorras hacia atrás.

El pensador italiano Antonio Gramsci desarrolló la idea del “empate catastrófico” con el que identificaba el conflicto entre bloques históricos en el que ninguno de los dos vectores de empuje consiguen conquistar la hegemonía; puesto que lo establecido sabe resistir y la impugnación tiene empuje pero no suficiente fuerza para desplazar las ideas dominantes. A menudo se ha estudiado la situación política de los últimos años en España recordando este concepto gramsciano. Pero estos vectores de empuje también actúan en la vertiente interna de los partidos políticos con representación sujetos al desgaste constante.

Analistas coinciden en que el partido de Abascal ha optado por la estrategia lepenista, lo que puede verse en cierto «giro obrerista» en parte de su discurso en los dos últimos años o en la fundación de Solidaridad, su sindicato. Tienen asesores guiados por su think tank Disenso y gurús como Quintana Paz que han realizado un gran trabajo camuflándolo para no parecer la escisión del PP que son. Han hecho inversiones en su propio ecosistema comunicativo, llegando incluso a presentarse como “tercera vía” que concilia ambas líneas e irrumpiendo como tercera fuerza parlamentaria en 2019.

Sin embargo, no parece que les haya salido bien. Su personalidad aparece detrás de cada exabrupto parlamentario como una tozuda realidad que les atornilla al estereotipo de facha pese a los titánicos esfuerzos de estos intelectuales orgánicos en continuas políticas de gestos que sencillamente no pueden abarcar la educación franquista que atraviesa a la organización de arriba a abajo.

La debacle de Vox frente a su crisis

Su crisis es la conjugación de la crisis del nacionalismo de respuesta al independentismo catalán en el que consiguieron encontrar un espacio que hoy se revela inútil y su incapacidad para haber sabido aprovechar el potencial para generar brechas representativas de las oleadas contestatarias de oposición a las restricciones higiénico-sanitarias surgidas de la pandemia. El desafío interno de Macarena Olona se sostiene sobre esta tensión. Incluso busca forzadamente imitar propuestas de Lepen como la apertura al trabajo sexual, el antielitismo, la apología de la feminidad o su acercamiento a entidades políticas de la «izquierda reaccionaria» como el Frente Obrero.

Además del plantón de Macarena, casi la mitad de sus concejales en todo el estado ya se han escindido. Han perdido el grupo parlamentario en Murcia donde llegaron a ser primera fuerza en las elecciones generales y ha engendrado ya cinco escisiones, han caído en intención de voto en todos los sondeos en menos de una legislatura, en Alicante, otro de sus prometedores caladeros de 2019, la anterior dirección se escindió y la actual se encuentra en una tempestad interna imposible de reconducir sin ceder un poder al que deben su supervivencia política.

Las brechas en Vox son múltiples y cuando la pérdida de representación y nóminas públicas se abra paso, puede que la gente de Macarena Olona tenga alguna oportunidad. Sin embargo, ahora mismo la ultraderecha se encuentra en un nudo gramsciano en el que lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir muy complicado de deshacer. Esperable por otro lado en un partido que ha intentado ser el paraguas de diferentes formas de entender la derecha radical y que se ha traducido también en los vaivenes discursivos y fuego cruzado entre sus altos cargos, llevando al cese de Javier Ortega-Smith, por ejemplo.

Lo nuevo no acaba de nacer porque los referentes de la ultraderecha identitaria brillan por su ausencia y sus medios son precarios. El mercado electoral de 2023 no tiene espacio para una alternativa competitiva ni siquiera junto a otras referencias de la derecha radical, sus bases sociales se encuentran revueltas y desubicadas en los mercados políticos y Abascal mantiene aún cierto capital de voto útil mientras el PP les orilla cada vez más.

Y aun así, todavía queda demasiado tiempo para los procesos electorales para que estas fuerzas lepenizantes puedan asaltar el poder mientras no dejan de perder presencia en la discusión pública y al mismo tiempo queda demasiado poco para la cita para el complicado proceso de construir una alternativa política con opciones de obtener representación parlamentaria.

Las numerosas y populosas fuerzas extraparlamentarias de la vertiente de la ultraderecha radical pueden dar testimonio de la travesía en el desierto en la que viven. Mucho antes que Olona, el Movimiento Social Republicano, Hogar Social Madrid, España 2000, Hacer Nación y otras muchas organizaciones se han presentado antes como la gran esperanza de este entorno ideológico para romper el dique con muchísima más estructura y presencia social que los críticos de Vox, y todas se rompieron en el intento.

Además de esto, buscar alianzas en estas fuerzas marginales, el único movimiento posible de los de Olona para desafiar en las urnas a su partido en 2023, tendría un elevadísimo riesgo de ser un billete de ida a la marginalidad irreversible por la profusión de extremistas irrecuperables y el estigma social que les precede, incluso si renunciara a abanderar al neofascismo clásico.

Lo viejo no acaba de morir porque, pese al maquillaje obrerista, las fortunas que presuntamente sostienen a Vox, entre las que contamos a familias vinculadas con OHL, El Corte Inglés, FCC, Nestlé o Fertiberia y un gran capital de cuadros y mecenas pertenecientes al entorno empresarial tienen lo suficientemente bien amarrado al partido para evitar derivas euroescépticas o excesivamente populistas. Como añadido, el auge de Feijóo les hace perder utilidad de cara a estos grandes inversores, que ya comienzan a percibirlo como una distorsión del campo de juego que hace perder espacio a la derecha.

Desde la irrupción de Vox, las fuerzas conservadoras han perdido margen de gobernabilidad y el PSOE ha ocupado la centralidad política en plena ofensiva reaccionaria. La apuesta de estos poderes financieros por Vox no es inquebrantable ni tolera movimientos populistas en el ámbito económico fuera del ultraliberalismo calculado que representan y que les encadena a la imagen tradicionalista de la que pretenden desprenderse.

En ese pulso interno, Macarena Olona busca mantenerse a toda costa en el candelero alternando golpes de efecto mediáticos, viajes internacionales a cualquier país que le haga caso, disturbios buscados en universidades y presencia en la discusión colectiva para aparentar una entidad de la que carece con títulos honoríficos como la probablemente falsa secretaría de la mujer de la Alianza Republicana de las Américas de supuesta reciente creación.

Mientras, el aparato del partido busca modernizar su presencia entrando al marco del debate de la izquierda, multiplicando su apuesta comunicativa en su estructura audiovisual y apelando a la movilización social y a sujetos relativamente novedosos en sus declaraciones como las mujeres o la clase trabajadora donde referentes como Ignacio Garriga ganan espacio y otros como Ortega Smith lo pierden.

Este escenario los sitúa a la defensiva por primera vez desde su irrupción, pero cómo se resuelva en el futuro será una incógnita que pivotará sobre el aparentemente amortizado liderazgo de Abascal y el devenir de la agenda política y social y como se desarrolle la política general y la hegemonía cultural en lo cotidiano.

Autor: Denis Allso

El nudo gramsciano de Vox: la extrema derecha navegando su crisis interna

Denis Allso

Articulista. Estudiante de Ciencias Políticas. Activista y cofundador en varias organizaciones sociales y sindicales de izquierda valencianista. Primer coordinador de BEA en la UMH y ex-rider sindicado. Analizar al adversario es la única forma de no perder la perspectiva de lo que se hace y es un deber moral cuando de ello dependen las vidas de las personas más vulnerables.

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